Los compradores comenzaron a quejarse cada vez más de la calidad de fabricación de las lavadoras. Un electrodoméstico que antes se consideraba un modelo de fiabilidad dejó de cumplir con los estándares anteriores: tras solo unos años de uso ya requería reparaciones. ¿Por qué ocurrió esto?
La formación del mercado de lavadoras (1930–1950)
El desarrollo de la industria estuvo determinado por muchos factores. A principios del siglo XX, solo entre el 20% y el 40% de los hogares poseían una lavadora. Durante la Segunda Guerra Mundial, la producción se detuvo porque las fábricas fueron reconvertidas para cubrir necesidades militares.
Cuando la producción se reanudó en la década de 1950, las empresas regresaron a un mercado libre y se enfrentaron a una fuerte competencia. Para ganar clientes, apostaron por la calidad. En ese momento, comprar una lavadora era una gran inversión para una familia, por lo que la fiabilidad y la reputación de la marca eran esenciales. La gente solía preguntar a amigos y vecinos por sus experiencias, y el boca a boca se convirtió en un factor decisivo a la hora de elegir un aparato.
El mercado estaba abierto, la demanda era enorme y la calidad era la principal ventaja competitiva.
El mercado de lavadoras (1950–1990)
En los años de la posguerra, la mayoría de las lavadoras eran de tipo activador: un tambor para lavar y otro para centrifugar. Solo a mediados de la década de 1950 aparecieron las primeras lavadoras totalmente automáticas. A principios de los años 60, los fabricantes comenzaron a retirar progresivamente los modelos activadores y a centrarse por completo en las automáticas.
Esto marcó el inicio de un ciclo masivo de reemplazo: los hogares se deshacían de sus viejas máquinas y compraban otras nuevas, más cómodas y fáciles de usar. Una vez más, los fabricantes competían principalmente en calidad, ofreciendo aparatos cada vez más fiables y con nuevas tecnologías.
A finales de los años 80, el mercado ya estaba saturado: casi todos los hogares tenían una lavadora automática y las antiguas habían sido reemplazadas. Los fabricantes se enfrentaron entonces a un nuevo reto: ¿cómo seguir vendiendo productos en un mercado completamente abastecido?
La demanda de lavadoras (1990–2010)
Los primeros años de la década de 1990 trajeron grandes cambios geopolíticos y económicos. La caída de la URSS abrió un enorme mercado que había estado cerrado a los bienes extranjeros, e influyó también en Europa del Este. Al mismo tiempo, China y otros países asiáticos comenzaron a abrir sus economías, y en América Central y Latina mejoraron las condiciones financieras.
En conjunto, estos cambios crearon nuevos mercados colosales. Entre 1990 y 2010, la demanda mundial creció en unos 100 millones de lavadoras.
Para los fabricantes, esto fue un gran estímulo: mercados frescos, un enorme potencial de ventas y la necesidad de volver a ganarse la fidelidad de los clientes. Una vez más, la calidad se convirtió en el principal argumento de venta. Con el aumento de los ingresos, las empresas invirtieron mucho en nuevas tecnologías y diseños. Además, las piezas se diseñaban para facilitar la reparación, lo que permitía sostener la producción masiva con un servicio accesible.
Lavadoras desde 2010 hasta la actualidad: tendencias y cambios en las estrategias de venta
Para 2010, el mercado de lavadoras volvió a estar saturado. La demanda cayó bruscamente y muchas empresas no resistieron la crisis: algunas salieron del mercado y otras fueron adquiridas por competidores más grandes.
La situación era paradójica: los hogares ya tenían lavadoras, la demanda era mínima y la producción resultaba cada vez menos rentable. Antes, los electrodomésticos de finales del siglo XX y principios del XXI estaban diseñados para ser reparados (arreglarlos era mucho más barato que comprar uno nuevo). Pero esto ya no era suficiente.
Para sobrevivir, las compañías necesitaban nuevas fuentes de ingresos. Ya no bastaba con obtener beneficios de la venta de las máquinas: las piezas de repuesto y el servicio posventa se convirtieron en otra fuente clave. Sin embargo, surgió un problema: ¿cómo obtener beneficios de las piezas si las máquinas eran demasiado fiables y podían durar 10–20 años sin grandes averías?
Por qué las lavadoras ya no están hechas para durar
En el siglo XXI, los fabricantes redujeron deliberadamente la vida útil de las lavadoras. Mientras que en los años 90 la vida útil declarada era de 10–15 años, hacia 2010 había caído a solo 5–7 años. Los costos de producción se redujeron y los componentes individuales se diseñaron con una vida útil limitada.
Por ejemplo, los tambores se hicieron no desmontables: los rodamientos quedaban sellados en el depósito durante el moldeo, lo que significaba que, si fallaban, había que reemplazar todo el conjunto y no solo el rodamiento. El número de piezas pequeñas y fácilmente reemplazables se minimizó. Como resultado, la reparación solía costar entre un 30% y un 70% del precio de una máquina nueva.
El requisito clave para los fabricantes pasó a ser simple: la máquina debía durar el período de garantía sin averías. Después, las reparaciones resultarían tan costosas o incómodas que al consumidor le salía más a cuenta desechar la máquina y comprar otra nueva.
El problema de las marcas premium
Este cambio dañó especialmente la reputación de las marcas premium. Un cliente que gastaba entre 1500 y 2000 dólares en una lavadora esperaba al menos 10–15 años de servicio, como era habitual en los años 90 y 2000. Cuando el aparato fallaba tras solo 4–5 años y las reparaciones resultaban caras —a menudo requerían repuestos originales pedidos directamente al fabricante—, los compradores se sentían engañados.
Ante esto, muchos optaban por alternativas más baratas. Al fin y al cabo, si una lavadora de 400 dólares duraba 4 años, era más fácil aceptarlo que la misma duración en un modelo de alta gama. En la práctica, la mayoría de las máquinas se reparaban solo una o dos veces antes de que los clientes abandonaran la marca. Las malas experiencias se propagaban rápidamente de boca en boca, dañando la reputación de fabricantes consolidados.
Beneficios a corto plazo, pérdidas a largo plazo
Esta situación fue el resultado de una gestión miope. Los directivos, buscando resultados rápidos, redujeron la durabilidad, abarataron la producción y centraron los beneficios en las piezas de repuesto. A corto plazo, las ventas y los ingresos aumentaron un 200–300%. Pero a largo plazo, la estrategia erosionó la confianza en las marcas.
El problema se agravaba por el hecho de que estos directivos rara vez permanecían mucho tiempo en una empresa. Tras lograr resultados inmediatos, se marchaban a otra compañía, repitiendo el mismo ciclo y dejando un daño reputacional que solo se hacía evidente 10–15 años después.
El caso de las marcas europeas y americanas
Lamentablemente, este enfoque fue adoptado por muchos fabricantes europeos. Desde 2015, por ejemplo, Miele ha enfrentado crecientes críticas por la disminución de la durabilidad de sus máquinas y la complejidad de las reparaciones. Bosch y Siemens también han recibido cada vez más quejas sobre averías frecuentes.
El problema no es que estas compañías fabriquen “malas” lavadoras —en general, son productos sólidos—, sino que ciertos componentes están diseñados deliberadamente con una vida útil limitada. Para una familia que lava cargas ligeras de 3–4 kg, la máquina puede durar algunos años más, mientras que en un hogar con cargas más pesadas de 5–6 kg, las piezas se desgastan mucho más rápido. Así, muchos clientes experimentan fallos tras solo 3–4 años de uso.
Incluso General Electric, que alguna vez tuvo casi el 40% del mercado estadounidense, terminó vendiendo toda su división de electrodomésticos —incluyendo los derechos de la marca— al conglomerado chino Haier en 2016.
La excepción coreana
En contraste, los gigantes coreanos LG y Samsung han tenido un desempeño algo mejor. Inspirados en las prácticas japonesas, al principio enfatizaron la alta calidad y un servicio fiable. Con el tiempo, adaptaron su estrategia, encontrando un equilibrio: sus lavadoras se consideran en general confiables, mientras que las piezas de repuesto están ampliamente disponibles, no solo para los servicios oficiales, sino también para distribuidores independientes. Esta accesibilidad ha ayudado a mantener la confianza de los consumidores y proteger su reputación en el mercado global.